La propuesta del presidente Donald Trump de imponer un arancel del 100% a las películas extranjeras podría marcar un punto de quiebre en el modelo de producción y distribución cinematográfica global. Aunque ha sido presentada como una política económica para “recuperar Hollywood para los americanos”, la medida ha sido interpretada por expertos como una ofensiva más ideológica que comercial.
“Me preocupa que el hecho de que parte del equipo de una película sea extranjero sea sinónimo de propaganda para el Gobierno de EE. UU.”, advierte Elena Neira, analista de medios y especialista en distribución de contenidos.
En ese mismo sentido han respondido más de 100 organizaciones de producción audiovisual de todo el mundo, entre ellas la Federación Iberoamericana de Productores Audiovisuales (FIPCA), pues entienden los ataques a políticas de cuotas e incentivos desarrolladas por otros países para fortalecer sus industrias como una amenaza a la diversidad y libertad creativa dentro del negocio del contenido.
Desde Mar-a-Lago, en un encuentro informal, Trump afirmó que “el cine extranjero está plagado de propaganda” y que “América (EE. UU.) debe volver a hacer películas para los americanos”. La declaración no vino acompañada de detalles técnicos, pero sí sembró el pánico en una industria altamente internacionalizada. Para Neira el plan hace daño al propio Hollywood. “El 30% de las películas estadounidenses se ruedan fuera del país”.

Elena Neira, analista de medios y autora de Streaming wars
ARANCELES VS. INCENTIVOS
Producir en Hollywood se ha vuelto cada vez más costoso. Según la Motion Picture Association, una película de estudio en EE. UU. puede costar entre US$70 millones y US$100 millones en promedio, sin contar gastos de marketing. A esto se suma el alto costo laboral (con sueldos sindicados), alquileres, seguros y logística. De allí que estudios y plataformas como Netflix, Disney o Amazon hayan optado por la deslocalización y las coproducciones con países que ofrecen condiciones más favorables.
España, por ejemplo, ofrece deducciones fiscales de hasta el 30% del gasto de producción y posproducción local, lo que ha convertido a regiones como Canarias o Galicia en polos de rodaje internacionales. Entre 2019 y 2022, las inversiones extranjeras en producciones audiovisuales en España superaron los 1.300 millones de euros, generando un retorno de inversión de 9 euros por cada euro invertido.
República Dominicana, por su parte, ha captado decenas de producciones globales gracias a su ley de cine, que permite reembolsos de hasta el 25% mediante certificados de crédito fiscal, además de una exención del 18% del IVA. “Estos países han tejido redes de incentivos fiscales que permiten abaratar costos y al mismo tiempo generar empleo y transferencia tecnológica”, destaca Neira.
En contraste, la política arancelaria que plantea EE. UU. apunta a penalizar en lugar de incentivar. “Si tú haces un gravamen, tienes un problema: estás afectando a tu propio cine. Y ni siquiera se ha definido qué se entiende por película extranjera, cuando la nacionalidad de las películas es algo muy difícil de trazar en estos tiempos”, explica Neira. Tampoco queda claro cómo se aplicaría: “¿Cómo cobras ese arancel? ¿Quién lo absorbe? ¿El estudio, el distribuidor, el espectador? ¿Van a costar el doble las entradas de una película extranjera?”, suma a las preguntas que se hacen en la industria.
La medida, más que proteger, podría aislar al mercado estadounidense y elevar los costos de acceso a la cultura para los propios estadounidenses.
VISIBILIDAD Y DIVERSIDAD EN RIESGO
Uno de los efectos más directos sería la exclusión de películas extranjeras del circuito de exhibición en EE. UU., lo que pone en riesgo su elegibilidad a premios como el Oscar. “¿Qué va a pasar con los festivales? ¿Con los estrenos limitados que permiten competir?”, se pregunta Neira una vez más. “¿Qué sentido tiene que un productor invierta en distribución si sabe que en este mercado no va a poder vender su película?”.
Trump intentó matizar el golpe con la intervención de su asesor para temas de entretenimiento, el actor Jon Voight. En un comunicado posterior, Voight prometió “incentivos fiscales para el retorno de los rodajes” y “reformas al código tributario”, así como ayudas a la capacitación y nuevos acuerdos de coproducción. Pero estas promesas siguen siendo vagas, y contradictorias cuando el discurso criminaliza la coproducción como un vehículo de “propaganda extranjera”.
El impacto potencial de la medida puede ser mayúsculo. “¿Qué pasa con el cine latinoamericano, asiático, europeo, africano? ¿Con las películas pequeñas que buscan visibilidad en festivales?”, insiste Neira. Y si otros países replican la política arancelaria, las consecuencias serían devastadoras. Si se imponen aranceles recíprocos, el negocio de la exhibición en Latinoamérica la tendría muy cuesta arriba, porque la cartelera cinematográfica latinoamericana está basada esencialmente en producciones estadounidenses.
Para Elena Neira, autora del libro Streaming wars, más allá del impacto económico, el verdadero trasfondo es ideológico. “Estamos volviendo a un discurso que criminaliza la diversidad y quiere imponer una narrativa única”.
La paradoja es que el modelo de internacionalización ha sido clave para revitalizar la industria. Netflix, recuerda, “globalizó el audiovisual de terceros países, impulsó la profesionalización en regiones como el sur de Europa y Latinoamérica, y demostró que la diversidad vende”. En ese contexto, las declaraciones de Trump no solo parecen económicamente inviables y contradictorias, sino que atentan contra el espíritu del cine contemporáneo: un espacio cada vez más abierto, colaborativo y global.
MERCADO GLOBAL
En un mercado globalizado, el 70% de los ingresos de taquilla de una película de Hollywood provienen del extranjero. Grandes producciones como Misión Imposible (rodada en Londres), Ballerina (República Checa) o Avatar (Nueva Zelanda) quedarían gravemente comprometidas de imponerse impuestos sobre lo que se produce fuera de EE. UU. “Disney va a tener que pagar más impuestos porque produjo fuera. Es muy grave lo que podría ocurrir”, alerta Neira.

Ballerina, la nueva producción de la saga de John Wick fue grabada en Europa
Las repercusiones ya se sienten en los mercados financieros. Plataformas como Netflix, que han convertido la producción internacional en su motor de crecimiento, enfrentan la incertidumbre de si sus contenidos —frecuentemente multilingües y multiculturales— serán penalizados. La inestabilidad que esto representa para los fondos de inversión que participan en compañías como estas, ya se dejó ver en la caída de sus acciones en las últimas semanas.
Gustavo Aparicio, CEO de Spanglish Movies, considera que el modelo centralizado de producción está obsoleto: “El dominio de Hollywood está llegando a su fin, no por incentivos fiscales ni por la competencia, sino porque el propio concepto de centralización geográfica se ha vuelto inviable”. Y Chris Phillip, productor ejecutivo de Sherlock and Daughter (CW) y Departure (Peacock), agrega: “La creatividad refleja el tapiz de la civilización a través de las culturas. No se puede forzar. Al final, los compradores y espectadores decidirán qué ver”.
Entre los distribuidores también hay escepticismo. “Lo de Trump lo veo como un golpe de efecto, pero después hay que ver qué pasa en la realidad, porque el problema que hay es que los costos en EE. UU. deberían bajar. Nadie produce en Los Ángeles, porque es carísimo y no hay incentivos. En vez de andar poniéndole tarifas, lo que habría que hacer es incentivar que se produzca allí como debería ser, porque a todos nos gusta que las producciones vuelvan a Hollywood”, apunta un ejecutivo.