Édison Monroy | 11 de agosto de 2025
Escena de La sombra del juez, una película colombiana de Red Collision Studios que estrenó en 2025
Desde que se promulgó la Ley de Cine en Colombia en 2003, se ha multiplicado el número de películas que se hace en Colombia. En los años 90 el promedio eran 5 películas estrenadas por año, mientras que en 2024 fueron 79, más que en ningún otro periodo. No obstante, este número contrasta con la asistencia a las salas de cine.
De acuerdo con Cadbox e información compartida por el Flash industria cinematográfica Colombia difundido por Elba McAllister de Cineplex, hasta junio de 2025, los estrenos colombianos solo representan el 1,5% de la taquilla general, y no hay ninguna cinta nacional entre las 20 más vistas del año.
Como lo presenta el Estudio de públicos de cine y de cine colombiano, realizado por DACMI, “mientras en 2024, 45 millones de personas fueron a cine, solo 997.059 fueron espectadores de cine colombiano”. Desde 2019, excepto en 2020 (8,4%), ningún año la participación ha superado el 3,6%.
No hay una razón única por la que no se ve el cine colombiano por su propio público. En este reportaje se abordarán la mayoría de estas y el orden en que estarán presentadas, no significa su relevancia.
Lo primero es que el cine visto en salas está en crisis en el mundo. Desde la pandemia del Covid-19 la cantidad de personas que salen de sus casas a ver cine ha disminuido, al tiempo que gran parte del mercado lo toman las plataformas.
“Hay una especie de división de audiencias. La gente decidió que cuando quiere ver una buena historia, la ve en su casa, en sus sistemas de televisión grandes, con buen sonido. Se está yendo al cine a tener experiencias emocionales y sensoriales que no puede tener en la casa, como el sonido envolvente, las sillas que se mueven, que todavía no se pueden tener en la casa”, explica Dago García, VP de Producción de Caracol Televisión y quien con su compañía Dago García Producciones ha creado ocho de las películas colombianas más vistas en la historia del país.
“Hoy en día tener una buena historia no es suficiente para convocar a la gente a salas de cine, hay que tener experiencias adicionales y convertir la película en un evento”, añade y sostiene que en sus metrajes siempre busca tener un gancho que atraiga a la gente a las salas.
Pone como ejemplo de éxito El paseo 6, en el que estuvo la reconocida actriz Amparo Grisales haciendo el rol de abuela sexy, algo que nunca había hecho en sus más de cuatro décadas en la pantalla: “Eso se convirtió en una atracción de la película que hizo más de un millón de espectadores después de la pandemia”.

El paseo 6, comedia de Dago García hace parte de la saga más exitosa del cine colombiano
Según el estudio de DACMI —que realizó 1.427 encuestas presenciales, distribuidas en 12 ciudades (4 grandes, 4 medianas y 4 pequeñas), ubicadas en diferentes regiones del país—, una queja frecuente es que gran parte del cine colombiano aborda violencia, narcotráfico, conflicto armado o pobreza, temas que desafortunadamente son del diario vivir nacional. Para algunos, esto genera “cansancio” y sensación de que “todas las películas colombianas son tristes o pesadas”.
A esto se suma que la mayoría de las películas tienen más fines artísticos que comerciales, aspecto que implica un esfuerzo mayor del espectador y en el imaginario son “difíciles de ver”. A lo largo de los últimos 15 años las películas colombianas han estado y ganado premios en los festivales más importantes del mundo como Cannes o la Berlinale, pero el público colombiano no ha respondido en salas.
De acuerdo con el estudio, parte de la audiencia asocia el cine colombiano con propuestas “de autor” o “festivaleras” y no como opciones masivas de entretenimiento familiar. En resumen, sienten que no conectan con estas historias.
Para lograr esa identificación, según el director de cine Simón Brand, algo por fortalecer es la realización de los diversos géneros. Hay un déficit en el tema. En 2024 en Colombia se realizaron 31 dramas, 28 documentales, 11 comedias, 5 películas de terror, y una película por cada uno de los siguientes géneros: acción, experimental, fantasía y suspenso.
“El cine colombiano debe ampliar y diversificar los géneros de las producciones para que podamos crear una industria; hacer más ciencia ficción, más terror, más acción, esto implica una cantidad de costos, pero tenemos que empezar a crear una industria como tal de cine, eso hará que surjan estrellas y actores que estén en el top cultura latinoamericano, y eso atrae al público”, sostuvo el cineasta y también opinó que iniciativas como el Fondo de Desarrollo Cinematográfico (FDC) deberían apostar por películas que sean más viables comercialmente.
En esto concuerda su colega Harold Trompetero, quien afirma que “los premios que se otorgan son una curaduría que busca complacer unos públicos que no son los nuestros, que busca complacer una narrativas muy egocéntricas y pienso que cuestionar eso es súper importante”.
Según Elba McAllister, de la distribuidora Cineplex, en Colombia hay un nicho importante que aprecia el cine colombiano, y el objetivo debe ser agrandarlo y para eso se necesitan esos títulos que conecten. “Los cines comerciales abren los espacios siempre condicionados a los otros estrenos y presión de los estudios quienes son los que le aseguran una operación continua y con beneficios comerciales. Hay casos de funciones de cine colombiano que entran 1 o 2 personas lo cual no es sustentable para los cines”.
Trompetero, director de varias películas colombianas taquilleras como El paseo y quien ha estado en distintos eventos de debate sobre el cine colombiano, sostiene que la situación actual, en la que una película que lleve 20.000 espectadores es exitosa, “es 100% culpa de los cineastas. O sea, la gente culpa a las audiencias, culpa a los distribuidores. Pero el principal culpable del problema del cine en este momento en Colombia son los cineastas, porque las películas no están gustando”.

Uno, entre el oro y la muerte, producida por Clover Studios con la dirección de Julio César
La gran mayoría de cineastas colombianos están enseñados a hacer cine con financiación del estado y otras entidades y organizaciones mundiales que patrocinan este arte. En este sentido, el profesional del país no acostumbra a tener un presupuesto considerable para la publicidad, el mercado y la prensa de su cinta.
Simon Brand argumenta para hacer una película, además de recursos para su realización, se necesita conseguir un presupuesto “igual de grande” para promoverla, algo que por supuesto no sucede en Colombia. Para algunos tampoco hay una urgencia por hacerlo.
Según Álvaro Gutiérrez, CEO de Ágora Films, “tenemos un confort los productores colombianos de trabajar con el beneficio que nos da el gobierno para mitigar la inversión en una película”. Es decir, gracias a los apoyos, la mayoría de las películas logra el punto de equilibrio sin necesidad de la taquilla y por ende, de mercadeo.
Como se dice en la industria, “el contenido es el rey y la publicidad y el mercadeo son la reina”. En el caso colombiano, esa reina no tiene que ponerse. Es extraño que una película aparezca en comerciales de radio o televisión. Tener una valla publicitaria es un sueño. Todo sucede porque las productoras y distribuidoras no tienen para costear este aspecto.
En la parte de prensa, aunque varias de las películas cuentan con expertos en la materia, las estrategias parecen no estar siendo efectivas. Las acciones disruptivas son pocas o nulas. Lo común son funciones exclusivas para los periodistas e influencers y visitas con los talentos actorales y directores ha algunos medios de comunicación.
Asimismo, que se hable en medios tan poco del cine nacional no contribuye a desmentir mitos del cine colombiano, como que en el país solo se hacen películas de autor o comedias, o que el cine hecho en el país es de baja calidad técnica. “La gente no recuerda que hay películas colombianas de altísima factura que le han dado la vuelta al mundo”.
Teniendo en cuenta esto, no sorprende que en el Estudio de públicos de cine y de cine colombiano, los encuestados piensen en su mayoría que en Colombia se hacen solo cinco películas al año, cifra que contrasta con las más de 70 que se hicieron tanto en 2023 como en 2024. Este es un indicador claro de que no hay suficiente difusión, ni campañas publicitarias efectivas para que el público conozca las producciones nacionales.
De acuerdo con la misma investigación, la principal forma en que los colombianos se enteran de que una película está en salas de cine es por el llamado voz a voz, como ha sucedido históricamente en el país.

Majida Issa con la claqueta de El bolero de Rubén, cinta dirigida por Juan Carlos Mazo
Majida Issa, que además de actriz, con El bolero de Rubén (2024) se estrenó como productora, cuenta que su película a nivel de prensa fue un éxito: Tuvo 279 notas de prensa en un mes. A Majida y otros talentos de la cinta los pudieron ver en la gran mayoría medios de prensa, radio, televisión e Internet.
Sin embargo, ese esfuerzo no se vio recompensando en taquilla. La cinta no superó los 20.000 espectadores: “Mi conclusión muy personal del proceso es que a pesar de que la promoción y la publicidad fueron exitosas, lamentablemente no nos dieron desde la exhibición lo necesario para que el público fuera al cine a verla”.
Para Elba McAllister la distribución no falla. “Todas las acciones necesarias para que las películas colombianas estén disponibles para la audiencia se realizan y los exhibidores programan a medida que tienen el espacio en pantalla. El reto está en convencer al espectador que vean una película colombiana en lugar de una película de gran presupuesto o nominada 0 ganadora a los premios más importantes (Oscars. Golden Globes)”.
En promedio una película colombiana dura en cartelera una semana. Si los números no la acompañan esos primeros días, la cinta saldrá de salas. La espiral funciona así: como el colombiano se entera de su cine por el voz a voz, lo más seguro es que cuando quiera ir a las salas para ver el filme que le recomendaron, este ya no esté exhibido.
“Necesitamos estrategias de distribución pensadas para nuestras películas: más tiempo en cartelera, campañas que no dependan solo de un primer fin de semana, y acciones que permitan que las historias lleguen a audiencias que hoy no saben que existen”, afirma Guillermo Blanco, director de TheGSeven, una de las nuevas distribuidoras del país y quien además lideró la campaña El mes del cine colombiano.
El ejecutivo menciona que las estrategias de distribución de las películas nacionales también deben ser repensadas. Para él, no se puede aplicar lo mismo para una comedia, un drama, una película de acción, una experimental, etc.
De igual manera, tener muchas salas de exhibición juega en contra de la misma película, ya que puede que una de las salas esté llena, mientras que otra no, por lo que el promedio será bajo. También, si a la película no está exhibida en los horarios de la noche y en las salas más visitadas, difícilmente se verá.
“Cuando una película colombiana o latinoamericana encuentra su espacio y tiempo, logra un impacto que trasciende la taquilla. El reto está en defender ese espacio para que nuestras obras puedan madurar y resonar en el público”, agrega Blanco.
Un caso reciente de éxito sobre distribución limitada fue La ciénaga, entre el mar y la tierra, de Manolo Cruz. La cinta, que después de diferentes disputas legales llegó a las salas de cine después de 8 años de filmarse, fue exhibida en pocas salas, una de ellas en las salas de Cine Colombia del Centro Comercial Avenida Chile en Bogotá.
Ese lugar, ademas de quedar en el corazón financiero de la ciudad, con constante afluencia de personas, es reconocido por programar en su mayoría cine independiente y autoral. La ciénaga, entre el mar y la tierra estuvo más de un mes allí, casi siempre con sala llena. Eso sí, su director hizo un trabajo de ‘guerrilla’ en el que estaba todos los días en la entrada de los cines invitando a la gente que viera su obra.
“Hay un público en el país que quiere ver nuestros productos, pero productos que conectan con la audiencia y a esos tenemos que encontrarles la cabida. Es responsabilidad nuestra también que el país tenga una voz, no solamente que le demos cabida a las voces que vienen de afuera”, aseguró Cruz.

La ciénaga, entre el mar y la tierra, película dirigida por Manolo Cruz
Otro hecho de la vida real. Entre finales de noviembre de 2024 y principios de diciembre del mismo año, dos películas colombianas aparecieron en el top 10 de lo más visto del país: Uno, entre el oro y la muerte, y Estimados señores; la primera, un thriller, y la segunda, un drama político sobre el sufragio femenino en Colombia.
Varias de las salas estuvieron llenas en dichas cintas, historias que conectaban y que sacaban aplausos y lágrimas en los espectadores. No obstante, en varios de los lugares donde estaban exhibidas y no había asientos disponibles, en la que sería su segunda semana en pantalla, cada uno de estos filmes no fue programado en ese mismo sitio. Su reemplazo fueron blockbusters de Hollywood.
“Entiendo que hay unas películas a las que la gente no va y como cualquier cosa, la sacas del mercado y pones otra. Pero cuando algo está funcionando, ¿por qué hay que sacarla y dejar a la gente con ese vacío? No sé cómo funciona, me encantaría saberlo y trabajar hacia eso. Hay mucho desconocimiento de esa parte de la industria”, dice Patricia Castañeda, directora de Estimados señores.
“Después de la primera semana, muchas personas nos decían que querían ver la película pero que los lugares donde estaban exhibidas eran muy lejanos y en horarios en los que una persona común está trabajando. La creación de públicos, en este caso del cine colombiano, es imposible de hacer si no hay un respaldo de parte de la exhibición”, comenta Julio Cesár, director de Uno, entre el oro y la muerte.
La relación entre productores, distribuidores es otro punto a mejorar. En su momento, Castañeda buscó hablar con el exhibidor, pero no tuvo respuesta. Para nadie es un secreto que las superproducciones de Hollywood, especialmente de acción, superhéroes y animación, dominan la cartelera. Es un negocio menos riesgoso poner este tipo de cintas, pero también es cierto que no se pueden medir igual.
“Hay que trabajar con el exhibidor como socio desde la concepción de la estrategia: funciones especiales con el talento, experiencias en sala que ningún estreno global pueda replicar, preventas exclusivas y alianzas con marcas que aporten recursos y visibilidad. El mes del cine colombiano demostró que, cuando se hace un esfuerzo coordinado, el público responde en todo el país, incluso en lugares donde parecía que no había hábito de ir a ver cine local”, resalta Guillermo Blanco.
Los exhibidores, como recuerda Elba McAllister, tienen un importante incentivo al programar el corto nacional. Y en ese sentido plantea: “para apoyar al cine colombiano, una opción es abrir funciones más temprano, o considerar lunes de cine colombiano en donde todos los cines del país programen uno de los estrenos colombianos en horario prime a precio especial, subsidiado por el gobierno”.

Escena de Estimados señores, película dirigida por Patricia Castañeda
En este punto aparece una propuesta que asusta a muchos y que se dice en voz baja: cuota de pantalla. En Colombia no está regulado que por ley las películas nacionales tengan un porcentaje obligatorio en las salas de exhibición.
“No es nada del otro mundo, existen en muchos países”, comenta Majida Issa, quien cree que esto le permitiría a las películas nacionales tener más tiempo en cartelera y horarios convenientes, en suma más oportunidad de que las películas sean vistas. La cuota de pantalla sucede en Colombia pero en televisión. Hay ejemplos fructíferos de otros países latinos con industrias más desarrolladas como Brasil y México.
El tema es polémico entre distribuidores y exhibidores, porque temen que si con el modelo actual los cines no tienen buenos números, con esta acción la crisis se agudice. El punto es que, como opina Issa, sin leyes que obliguen parece que “no se le dará al cine colombiano el lugar que es. Que se dedique al menos una sala de cine en cada ciudad exclusivamente al cine colombiano, con programación durante todo el año, para garantizar la oportunidad de exhibición. Se seguirá diciendo que hay apoyo, cuando la realidad es otra”.
La actriz y también productora Julieth Restrepo tiene una posición similar. “No queremos señalar a nadie, lo que queremos hacer es abrir la conversación. Sí es una película colombiana por qué no abrirle las puertas. Tiene que haber una comunión en ese triángulo que es artistas, Estado y exhibidores”.
La productora del cortometraje Rodrigo Branquias analiza que todos los jugadores de la industria tienen que trabajar en la misma dirección: “Tenemos que ingeniarnos una manera para que el cine colombiano sea sostenible y sí sea un negocio para los exhibidores, y al público le dé la tranquilidad de pueden tomarse el tiempo de ir y lo mismo con las personas a las que se la recomiendan”.
En este panorama, una acción mínima, pero que se cree ayudaría bastante es la “exhibición obligatoria de los tráilers en todos los cines comerciales, así no vayan a programar la película en dicho cine). La sala de cine es el espacio ideal para comunicar lo que viene”. Son pocas las películas colombianas cuyos avances se programan en los cines.
Hay varias otras razones por las que no se ve el cine colombiano por su propio público, como por ejemplo la centralización de la exhibición y la falta infraestructura. Solo tres ciudades del país cuentan con más de diez salas de cine en su territorio: Bogotá (45), Medellín (17) y Cali (15).
Una posición complementaria, es que los productores y directores colombianos en un alto número no hacen sus películas pensando en una larga vida y diferentes ventanas, sino solo para las salas de cine.
Diferente a la televisión donde sucede continuamente, son pocas las alianzas del cine colombiano con plataformas premium para que las películas lleguen allí. Álvaro Gutiérrez de Ágora Films indica que desde antes que se empiece a rodar, se debe pensar y comenzar conversaciones para que las películas lleguen a todas las ventanas posibles.
“No es solamente decir esta película va solo para cines y no para plataformas y viceversa. Tenemos que estudiar bien el producto y entender que todas esas plataformas sirven para poder ser rentables”, afirma el productor de películas como Diablo y Dominique, cintas que han estado entre lo más alquilado y comprado en Prime Video.

Dominique y Diablo, películas de acción colombianas producidas por Ágora Films
El tema tiene de largo como de ancho y el debate está abierto. Como conclusión hasta este punto, no solo se trata de narrar historias nacionales, sino también de construir narrativas que conecten con audiencias diversas, de idear estrategias de exhibición que permitan que el boca a boca suceda mientras la película aún está en cartelera, y de diseñar campañas que coloquen al cine colombiano en la agenda cultural del país.
En suma, de crear un ecosistema robusto alrededor de las películas. Si se aspira a que el cine local no sea solo estadísticas a la baja, se necesita que los creadores, exhibidores y entidades públicas trabajen mancomunadamente desde la concepción del proyecto hasta su proyección en salas y posteriormente en plataformas para asegurar su visibilidad, permanencia y relevancia.
Solo así se podrá transformar esa paradoja en una nueva realidad donde la sala de cine se convierta en un espacio cotidiano de encuentro de los colombianos con sus propias historias.