
Mariano Kon
Mariano Kon, experimentado ejecutivo de la TV y especialista en contenido transmedia y negocios, analiza el momento que está viviendo la industria audiovisual, que según su opinión, vive uno de los períodos más disruptivos de su historia.
La aceleración tecnológica, la fragmentación de audiencias y la concentración de los medios de producción y distribución están reconfigurando un ecosistema que parecía estable desde hacía décadas. En este contexto, América Latina no es un mero espectador: la región experimenta sus propias tensiones, oportunidades y desafíos.
El consumo de contenidos audiovisuales nunca fue tan alto como hoy. Sin embargo, la paradoja es evidente: mientras la demanda crece, los canales de distribución se concentran. La televisión abierta perdió terreno frente a la TV paga; esta, a su vez, fue desplazada por las OTT. Ahora, incluso esas plataformas enfrentan un ajuste: menos jugadores con más control, métricas más duras y más dudas que certezas en lo que respecta a lo financiero.
Este fenómeno genera una barrera de entrada cada vez mayor para productores pequeños y medianos. La supervivencia depende de la capacidad de articular modelos híbridos de financiación, donde conviven publicidad, suscripción, venta directa y acuerdos de coproducción. El riesgo es alto: quien no logre adaptarse a estas dinámicas queda rápidamente fuera del juego.
Si hubiera que elegir un ganador de los últimos años, ese sería YouTube. No solo concentra audiencias masivas y diversas, sino que además se convirtió en la incubadora de talentos que luego migran a otros formatos. Twitch, Kick, Discord, TikTok e Instagram también son jugadores relevantes, pero el ecosistema de YouTube tiene un diferencial: combina monetización escalable, comunidad estable y acceso universal.
En América Latina, este fenómeno tiene un peso aún mayor. En una región donde la TV abierta sigue teniendo una gran importancia, la brecha puede ser aún mayor: Jóvenes creadores que nunca pisaron un set de televisión construyen comunidades globales desde sus celulares. La lógica del broadcast se reemplaza por la lógica de la pertenencia: lo que importa no es el horario ni la grilla de programación, sino la autenticidad y la interacción directa con la audiencia.
Durante décadas, la televisión de living fue la pantalla principal. Hoy, el celular ocupa ese lugar como dispositivo omnipresente, personalizado y multitarea. El televisor grande quedó relegado a una segunda o tercera opción: se lo usa para ver eventos en grupo o contenidos premium, pero ya no marca el pulso diario del consumo. Entre ambas aparece un nuevo jugador: el “in-car entertainment”. Los sistemas de entretenimiento a bordo en autos autónomos se proyectan como la segunda pantalla en términos de tiempo de exposición, un terreno aún incipiente en Latinoamérica pero con enorme potencial a futuro. Pero esa es otra historia que merece su propio cuento…
Mientras tanto, entre tantos sucesivos cambios de paradigma, preferencias de audiencias y de modelo de negocio, en Latinoamérica la vieja y querida TV abierta sigue siendo relevante y rentable. Marcando agendas y sosteniendo sólidos números en cuanto a audiencias. Ni hablar de su importancia en cuanto a su músculo como productora de contenidos y actor fundamental para coproducir formatos multipantalla.
En Argentina, el informe Inside Video 2024 (Kantar IBOPE Media) indica que la TV lineal (suma de TV abierta y TV paga) tiene más del 70% de share en el total de visión de contenido audiovisual, a pesar del crecimiento del streaming. Esto subraya que, incluso con la penetración de servicios on-demand, la TV tradicional sigue siendo la que más tiempo capta en el hogar.
En México, datos del IFT para 2024 muestran que el 74% de los hogares con televisor consumen TV abierta, con un promedio de 2,3 horas diarias dedicadas a ver televisión abierta. Además, el 91% de los hogares tiene un televisor.
En Perú, por otro lado, la televisión lineal concentra alrededor del 73% del consumo de video en hogares, mientras que las plataformas digitales captan el restante 27%.
En un escenario tan cambiante, nunca está de más volver a las fuentes. Quienes pretendan subestimar la vigencia de la TV abierta se encontrarán con la sorpresa de que goza de muy buena salud.
Uno de los cambios más profundos es el surgimiento del talento autosuficiente. Creadores que desarrollan, producen, publican y comercializan su contenido sin depender de intermediarios. La construcción de comunidades es el núcleo de este fenómeno: más que espectadores, los seguidores son parte activa de la propuesta, aportan recursos, comparten contenidos y refuerzan la identidad colectiva.
En América Latina, con sus contrastes y desigualdades, esta tendencia tiene una doble cara. Por un lado, empodera a nuevos talentos y democratiza el acceso. Por otro lado, genera un ecosistema fragmentado y difícil de escalar, con ingresos inestables y riesgos de sostenibilidad a largo plazo.
La industria audiovisual latinoamericana enfrenta un dilema: cómo insertarse en un mapa global dominado por plataformas que responden a lógicas de concentración, mientras convive con un ecosistema paralelo de creadores independientes que construyen comunidades propias.
El desafío no es menor. Requiere innovación en modelos de negocio, apertura al riesgo y una mirada flexible frente a un público que no distingue entre televisión, streaming o redes sociales, sino que consume lo que quiere, cuando quiere y donde quiere. Y anunciantes a los que se les hace difícil decidir donde invertir.
En este mundo nuevo de pantallas, las oportunidades están allí para quienes sepan entender que la creatividad ya no se mide solo en narrativas, sino también en la capacidad de diseñar estrategias que integren culturas, tecnologías y economías diversas. América Latina, aún con las particularidades de cada país, con su vitalidad creativa de talentos, compañías productoras y profesionales y su público siempre ávido de contenidos novedosos, tiene mucho para aportar si logra articular estas piezas en un modelo sustentable.