
Alberto Anaya y Luis Estrada en Las muertas para Netflix
Con más de dos décadas como director de fotografía en cine y series, Alberto Anaya, mejor conocido como “Mándaro”, ha consolidado su trabajo en trabajos para plataformas como Netflix, Amazon y HBO. Entre sus proyectos destacan Narcos: México, Historia de un crimen: Colosio, Diablero y Capadocia. Su experiencia lo llevó a colaborar de nuevo con Luis Estrada en Las muertas, la serie más reciente de Netflix inspirada en la novela de Jorge Ibargüengoitia, en donde imprime un sello visual que refuerza el tono oscuro y crítico de la historia.
“Lo que nos planteamos desde el inicio fue alejarnos del realismo absoluto. Queríamos un universo propio, inventado por nosotros, con una luz, vestuario y escenografía que construyeran un mundo reconocible pero distinto. La fotografía debía ser un personaje más”, explicó.
Para el director, el mayor desafío fue equilibrar crudeza y accesibilidad: “Era importante mostrar lo sórdido de la historia, pero sin que resultara insoportable. La comedia negra y el tono de farsa nos permitieron generar distancia. Visualmente buscamos que el espectador entendiera que era una representación, no un reflejo literal”, dijo.
Destacó que una de sus referencias para lograr lo anterior fue la cinta El callejón de las almas perdidas de Guillermo del Toro: “Nos inspiramos en ese tipo de imágenes gráficas y construidas. Queríamos que la fotografía de Las muertas tuviera ese nivel de estilización, una realidad diseñada para reforzar la narración”.
La elección de cámaras Alexa 35 le dio flexibilidad para trabajar la luz: “Rodábamos con más exposición y luego oscurecíamos en posproducción con LUTs. Eso nos permitió mantener textura, rango dinámico y controlar el tono sombrío de la serie. La oscuridad era aparente, pero en realidad teníamos más información para moldear la imagen”, detalló.
Compartió que el trabajo se realizó con dos cámaras en paralelo: “Esa dinámica agilizó la producción y generó opciones de montaje más ricas. Contamos con Christian Gibson en cámara B y Steadicam, lo que aportó fluidez y precisión a los movimientos”.
En óptica, optó por lentes Ultraprime, al considerar que “son más contrastados y definidos, lo que se ajustaba a la dureza de la historia. Los balanceamos con difusiones en posproducción para mantener textura sin perder contundencia visual”.

El diseño de iluminación fue central para lograr la atmósfera deseada, así lo consideró Anaya: “Creamos estructuras con motores que permitían subir y bajar luces con rapidez. Podíamos cambiar de día a noche en minutos, lo que daba eficiencia sin sacrificar calidad. La luz fue tratada como lenguaje, no solo como necesidad técnica”, comentó.
Para interiores y exteriores, la propuesta se centró en atmósferas contrastadas y sombras dramáticas que reforzaban la sensación de fatalidad: “Cada set tenía un planteamiento distinto, pero siempre buscando transmitir emociones a través de la luz. La fotografía debía guiar al espectador en el tono de la historia”.
El vínculo con Estrada inició en ¡Que viva México!, donde Anaya encontró un lenguaje común con el cineasta. “Trabajar con Luis es muy importante. Él es un cineasta en toda la extensión de la palabra. Con ¡Que viva México! allanamos el camino que nos llevó a Las muertas”.
Más allá de lo técnico, subrayó que su labor fue construir un relato paralelo desde la imagen: “La fotografía debía hablar por sí misma. Mostrar un mundo decadente, oscuro, pero al mismo tiempo atractivo. Ese equilibrio es lo que le da fuerza a Las muertas y lo que hace que la serie conecte con la audiencia”.
Recientemente participó en El dentista para ViX, dirigida por Hari Sama y Adrián Caetano y producida por Fábula.
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