
El Reventonazo de la Chola de América TV
En la televisión abierta dominan las franquicias internacionales, realities blindados por el marketing y fines de semana convertidos en campos de batalla de formatos. En ese contexto un programa de humor como El Reventonazo de la Chola se mantiene vigente en América TV. Dieciocho años ininterrumpidos en pantalla no son una casualidad: son método, disciplina y una comprensión profunda del vínculo emocional con la audiencia.
“Nosotros no nos reímos de los demás, nos reímos de nosotros mismo, de nuestras reacciones ante lo que va pasando”, dice Ernesto Pimentel, creador, productor y actor detrás del personaje de La Chola Chabuca.
Esa frase resume el principio de uno de los shows más sólidos de la televisión peruana actual que ha resistido cambios de época, de consumo y de públicos y que compite y gana en audiencia con grandes formatos internacionales.
El Reventonazo de la Chola no nació como un programa independiente. Pimentel recuerda que llegó a América TV hace 18 años como parte de otro espacio. Aquella cápsula musical y humorística fue creciendo hasta convertirse en una revista de entretenimiento con estructura propia, elenco estable, cinco bloques fijos, un micro sitcom interno y un estilo de improvisación que hoy es su identidad.

Ernesto Pimentel, creador, productor y actor detrás del personaje de La Chola Chabuca
“Somos el programa más visto del fin de semana”, asegura tras alcanzar 13 puntos de rating en El Reventonazo de la Chola y 10 puntos adicionales en Esta noche, el espacio de entrevistas de su personaje. “Competimos con La voz, Yo soy, realities de cocina… formatos muy fuertes. Pero el público siempre ha sido muy generoso con nosotros”.
Detrás del aparente caos festivo del programa hay una ingeniería estricta para hacer el bosquejo de cada programa semanal, la programación de día entero de grabación en los estudios de Pachacámac y la edición, control de tiempo y revisión de contenidos. El equipo está compuesto por entre 14 y 16 personas en producción, entre 7 y 9 en caracterización de los personajes y unas 70 personas activas durante el día de grabación.
Pimentel tiene claro que los menores de 30 años de edad no habitan un solo medio. Por eso su estrategia ha sido integrar a las audiencias, no resistirse. El programa se apoya en TikTok, Instagram y Facebook, donde suma más de tres millones de seguidores. “Lo que es para los viejos es creer que todo está hecho”, resume con ironía.
Más allá del liderazgo actual en rating de fin de semana, su hoja de ruta incluye 32 años de presencia continua en televisión, entrevistas con artistas internacionales como Shakira o Ricky Martin, la conducción de realities pioneros como Camino a la fama, segmentos icónicos como Good Night Chabuca o El juicio y la película Chabuca, disponible en Netflix. El personaje de Pimentel tiene vida propia.

Un elenco diverso de comediantes, artista de improvisación y actores acompañan a Ernesto Pimentel
El programa se prepara para 2026 con “nuevo reality” desde la segunda semana de enero. “Queremos consolidarnos y la única forma es hacer algunos cambios”. Lo define —con su humor habitual— como “el reality más económico de la televisión peruana”.
Personalmente, Pimentel también busca un espacio en la dirección y producción de ficción dentro de América TV.
La Chola nació hace más de 30 años desde la admiración de Pimentel por el personaje andino y desde una decisión clara: debía ser protagonista, no un recurso secundario. Desde el inicio tuvo una premisa innegociable: el humor no debía herir. “El humor que le duele al otro no es buen humor”, dice. “Tengo un profundo respeto por todas las identidades y creencias”.
Sin proponérselo como bandera discursiva, el programa terminó convirtiéndose en un espacio donde conviven artistas de la calle, payasos de circo, imitadores, músicos, actores de improvisación y una actriz de talla baja. Una diversidad orgánica que se integró antes de que la industria comenzara a exigir representatividad como estándar.
“El humor es un acto inteligente. Requiere complicidad. Nosotros hacemos una fiesta que celebra la vida”. Esa complicidad se traduce en procesos concretos: los personajes parten de un guion base, hay talleres internos de derechos humanos, una posproducción rigurosa y una pregunta que funciona como filtro creativo permanente: ¿esto respeta al otro?